Todos los indicadores medievales observados en el espacio físico miondés repartido entre los veintidós kilómetros cuadrados de esta cartografía, encapsulada entre la desembocadura de los dos deltas, nos hacen pensar que estamos hablando de una sociedad rural pacífica y polivalente en sus diversas ocupaciones dentro del contexto de la época y, en comparación a las villas marinas y terrestres aledañas, se puede considerar a su discreta población dispersa por semejante enclave norteño, bien avenida y con unas rentas estables que, con sus más y sus menos, comparativamente hablando, daban para vivir sin grandes lujos pero muy alejados de las importantes carencias y limitaciones de otros concejos comarcales, detalle que, a la hora de gravar el bienestar de esta municipalidad, no pasa desapercibido para el fisco de La Vega que eleva las tasas tributarias a los meniquenses, tal como se ha narrado precedentemente. Las infracciones y delitos más frecuentes y por las que, en primera instancia, los meniegos fueron llamados a declarar y llevados a la Audiencia de La Vega para, tantas veces a posteriori, recurrir el fallo ulteriormente ante la más alta magistratura del momento, la Chancillería de Valladolid acabará de resolver, en última instancia, el caso tan demorado en el tiempo y, en no pocas a ocasiones, quedará a veces la sentencia dictada en el aire y, a causa del fallecimiento del demandante, archivada. Cuando el proceso era religioso, el camino protocolario hasta llegar al Arzobispado burgalés, era parecido al seguido por la vía civil pero, al pisar la Ciudad del Cid, serán los tribunales eclesiásticos los que van admitir a trámite y resolver la acusación elevada por el Comisariado Religioso Provincial encargado de velar escrupulosamente por la moral emanada de los sagrados Mandamientos de la Ley de Dios y las buenas costumbres de las almas en las Montañas Bajas de Burgos. Los Montañeses, atados después de tantos siglos a la curia burgalesa y no pocos contratiempos con Santander, Villa del Mar de Castilla y su Abadía de los Cuerpos Santos, cabeza visible del ansiado propósito independentista alcanzado tras no pocos sinsabores en 1754 cuál alta dignidad de Obispado y, a renglón seguido, un año más tarde, en 1755 (la metrópoli, después de 568 años como Villa bajo el regazo del Fuero sellado por el mismo Rey, Alfonso VIII, el II.VII.II87, dará, en tan buena hora, el gran salto) adquiriendo el rango y distinción de Ciudad; el logro, a pesar de los continuos esfuerzos de las hidalguías santanderinas, desde Felipe II, tratando de decir adiós a la Diócesis de Burgos, no fue nada fácil ni, mucho menos, rápido. Atrás va a quedar el informe solicitado desde el Vaticano y redactado en latín, casi un siglo antes de obtener la autonomía eclesiástica, en 1660 por el canónico suizo Pellegrino Zuyer, detallando lo que sus avispados ojos vieron con todo lujo de detalles reflejando la singularidades orográficas y sociológicas de la región costera con la propuesta del Obispado de Peñas al Mar hasta que, por fin y después de no pocos pesares, el Rey Fernando VI, animado por su confesor, el Padre Rábago, natural de Tresabuelas, da el tan ansiado y anhelado aldabonazo final.............................
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