Colonización Romana

Capítulo II

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Para sacar la historia local a la luz, a expensas de mejores condiciones climáticas, dando continuidad existencial al relato no apagando aún los humeantes tuétanos y ensombrecidas antorchas apostadas en la grieta de la pared sin, todavía de momento, abandonar definitivamente del todo la oscuridad de las madrigueras defendidas con un fuego fatuo a la entrada de las grutas del contorno en las que se hospedaron nuestros antepasados, celebrando sus ceremoniosos e indescifrables ritos y, en sepulcral silencio, enterrar a sus seres más queridos.

Hay que ‘tirar mucho de la manta’ y, con la elástica pértiga del tiempo que te catapulta hacia otro periodo de la antigüedad más remota, poder dar un monumental salto cronológico intentando abandonar el confinamiento de las cuatro paredes bajo tierra que, teniendo pendiente la vida de un hilo, sin quitarse de la cabeza siempre y en todo momento los peligros externos de una fauna salvaje dispuesta, cuándo apremiaba el hambre, al ataque en cualquier momento del día o de la noche, en el recién estrenado hábitat que te guarecía en lo alto de una loma, levantando con tan frágil fábrica y hecha de tan pobres materiales con los cuatro palos que llevaba una choza hecha a base de cañas y barro cubierta de ramas.

Un buen día de aquellos en el poblado cántabro de la Ribera (de raíz celta Kant peñasco y sufijo indoeuropeo abr: pueblo que habita en los peñascos o montañeses), sin que nadie lo esperase, se vieron sorprendidos con la arribada de una flotilla foránea encabezada por una trirreme ensamblada de maderas nobles con la quilla de fresno, el costillar de roble, la cubierta de caoba y, a palo seco, (1) separada del resto de la flota y de avanzadilla, rasgando el silencio de la laguna rellena de ecosos chillidos avícolas volando, a ras del agua, de una orilla a otra: lagunejas, avefrías, patos sobrevolando el estuario indiferentes al rítmico y unísono chasquido de una boga lenta y acompasada:

¡Chisst!.. entrando y saliendo del agua, rompía la superficie brillante; toda la palamenta se dejaba ver por los costados de estribor y babor de las tres filas de remos empujada por la coordinada estrobada (2) en coalición con la corriente de la marea al subir y, como siempre pasaba cuando el sol cegueante estaba en lo más alto animado por la verticalidad de sus rayos, una brisa anordestada colándose por el medio del canal entre las arboladas laderas que, en ambas orillas de la marisma, adornan y enmarcan la frontera de la ubicación por el oeste y frenan el desprendimiento del terreno de toda la serpenteante zanja sembrada de cañaverales.

La expedición, llegada de tan alejados y calmados mares, seguía la estela de una embarcación de arqueo menor, escaso calado y con poca obra viva (3) que, sin riesgo de tocar fondo miraba hacia los lados la vegetación palustre y, sembradas en las orillas, canoas de troncos huecos que durante la arribada de exploración se encontraban en seco (4) a lo largo de toda la desembocadura; iba formando bigotes con la roda (5) y el tajamar (6) de madera de fresno y, a la vez y en paralelo, por el interior y con menor ángulo, por la popa se levantaba espuma dejando una estela blanca al salir las elásticas palas de madera de haya viradas dentro del agua que, con un giro semicircular de muñeca de toda la bancada, daba un último empujón hacia sí mismo de todos los remeros, antes de sacar al exterior todos cantos con las cañas paralelas al agua y, con toda la palamenta (7) aproada, repetir el ciclo....................

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