Había pasado la experiencia romanizadora de aquella Hispania insumisa y, aún con los rescoldos del fuego fatuo en el Templo de Jano exportando y sembrando la ceniza de su espíritu en las alejadas montañas de la Iberia norteña, se recupera la paz y la libertad ancestral cercenada en la conquista de los césares hasta que tras la armonía tribal de siglos en el nuevo curso cronológico desde el aire se siente, otra vez de nuevo, amenazada la paz territorial consecuencia de las últimas invasiones. A decir de García Fernández, había quedado fraccionada en la Cantabria marítima o Trasmontana y atacada por el Rey Suevo, Miro, en el año 572 d.C., en plena vigencia del Ducado Visigodo de Cantabria, con una resistencia de las tribus costeras de al menos 40 años en esta franja acantilada y denominada Ruconia, germen de las Asturias de Santillana (Astures et Ruccones). La otra fracción, tierra adentro, será la Cantabria Cismontana (propiamente Cantabria) enarbolada bajos los auspicios de la emblemática figura de Leovigildo en el año 574 d.C., el último rey visigodo, haciéndose fuerte desde el bastión de Peña Amaya (presente en todos los ciclos históricos) tratando infructuosamente de unificar la civilización arriana y la cultura cristiana. En el intento de englobar las tres culturas, romana, cristiana y visigoda, se dispone a expulsar de estos territorios a los suevos, vascones y francos a la vez que reduce y conquista a los indómitos rebeldes e irredentos cántabros indígenas que, desde los tiempos de los romanos, habían vivido independientes; con la muerte del rey godo en manos de su carcelero en Valencia tras la sublevación de su hijo Recaredo no se cumplirá el profético sueño del bélico monarca godo tratando de hermanar la etnia visigoda arriana con la de los cristianos hispanorromanos; Se acababa de formar la pavimentación sobre la que se apoyará la estructura medieval de las Merindades de las Asturias de Santillana en la que está imbuida el socio oriental de La Onor de Miengo que, salvo Liébana y coincidiendo con el occidente cántabro, comprende, desde al este, toda la geografía perimetral acotada desde el río Miera y, hasta el oeste, ya en el Principado de Asturias alcanza la tierra del Valle de Ribadedeva. Al volver la mirada merece la pena hacer un alto en medio del camino que nos proponemos recorrer y, con la inercia rodante de la manivela del tiempo dando vueltas hacia atrás, sobrevolar el alejado ayer sin perder de vista el mágico conglomerado de ríos, playas, praderas y un sortilegio de frondosas montañas hilvanadas, unas con otras, por la falda sumidas entre los contrastes de una adversa climatología reinante durante estos siglos que, ni cortos ni perezosos, se acababa de despedir de la antigüedad más ancestral al estrenar un escenario poblado de perplejidades indecisas e indefinidas en las que va reinar una sobredosis de incógnitas pululando por el aire con la anhelante aspiración del escribidor de dar un poco más de una pincelada pretérita y con la única y prudente expectativa a la que te expones y aspiras en semejantes casos, y calcando el popular parangón, como si estuvieras buscando una aguja perdida hace siglos en un pajar.....................
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